Pocas veces he tenido conversaciones con mi
papá desde que tengo memoria. Nuestro trato es distante y por lo general
nuestro intermediario siempre ha sido mi mamá; para saber cómo está él de salud
le pregunto a ella y ella le cuenta a él de cómo estoy yo y de las cosas que
hago. Esto no es algo nuevo, siempre ha sido así, yo se lo atribuyo a que,
aunque tenemos un montón de similitudes, empezando por el apellido, diferimos
siempre en la forma de solucionar las cosas, y la manera de ver la vida.
En parte está diferencia de visiones del mundo entre él y yo es por su causa,
por la manera en cómo eligieron mis padres educarme, y especial la forma en que
él pensó la manera de que sus hijos no pasaran por las dificultades que él
vivió y que ahora, en estos momentos de mi vida comienzo a comprender, aunque
muchas de las posibles causas ya las sabía pero nunca me habían caído con tanto
peso como me cayeron desde un domingo, de hace unos días que fuimos Tania y yo
de visita a casa de mis papás.
Después de terminar el desayuno, Tania me
recordó que tenía algo que contarle a mi papá y que por olvidadizo no le había
dicho, se trataba de una reunión de “Aldanas”, en la Unión de San Antonio, a la
cual había sido invitado por un conocido por casualidad y que por coincidencia
tenemos el mismo apellido paterno. En conversaciones con este conocido habíamos
visto que podríamos tener ascendentes en común por las pocas referencias genealógicas
que yo tenía y que ubicaba más o menos por esa zona de la Unión y los límites
con Guanajuato. La reacción de mi papá ante tal evento fue inesperada, creo
para todos los que estábamos sentados a la mesa; Tania y yo suponíamos que tal
vez se interesaría un poco, pero nunca creímos que se emocionaría tanto y ante
la pregunta que le hice ¿de dónde son nuestros Aldana? Se convirtieron es unas
cuatro horas de conversación y de historias familiares que algunas se remontan
por allá de los comienzos de los 1900, cuando llegó Don Juan Aldana, mi
bisabuelo, a asentarse a León y que pasó por la historia de la vida de mi papá,
mi abuelo, mis tíos, su infancia, juventud, persecuciones policiacas,
balaceras, linchamientos religiosos y hasta esas coincidencias románticas de la
vida y la relación entre mis papás, de cómo rondaron por lugares en común sin
tal vez encontrarse hasta que fueron a coincidir en León cuando la familia de
mi mamá llego vivir ahí y que por poco y no llegan a casarse por la
renuencia de mi abuelo materno cuando se enteró del apellido de mi papá y
preguntó que "¿de cuáles Aldana es?" , O sea de los que conoció él en
el rancho cuando tenía el correo en la estación Pedrito; de carácter atravesado
y rápidos para hacerse justicia de propia mano.
Son muchas y muy largas todas las historias
que escuchamos ese domingo, entrelazadas en algunos puntos sin querer, en geografías
urbanas y parajes rurales, arroyos desbocados y tiempos en la memoria. Espero
de alguna manera irlas desenredando y volviendo a tajer para contarlas. Por el
momento, me quedo con esa frase que está en el título, dicha por mi papá en
recuerdo de unos de sus tíos, y que resume lo que vivimos durante esas horas de
conversación, sentados todos a la mesa como hermanitos y entendiéndonos cada
uno como individuos, con historias particulares entrelazadas en algún punto,
que nos definen a cada uno y que nos unen en colectivo.
PD: Tania, gracias por compartir ese gusto
por escuchar historias.